Estoy cansado. Quiero relajarme. Llenar la bañera y tirarme desnudo, encima de la plaqueta caliente. Secarme. No sé que más hacer, a veces elegir es tan difícil. Tantas decisiones, tantos destinos, tantas incógnitas… Y al final, terminar en el mismo sitio. Quemado, o enterrado. ¿Qué más da? Lo único que importa es el momento de ahora, el instante. No hay momentos vacios. Pero bueno, a pesar de todo, quiero deciros algo: si cuatro niños juegan a la pelota, en un juego donde solamente tres pueden jugar, siempre uno se quedará solo. Y cuando él mire y se pregunte, ¿por qué yo, y no ellos? ¿No somos todos iguales? ¿No somos todos nacidos de madres? Entonces, ¿por qué yo? ¿Por qué no puedo jugar si quiero jugar? ¿Qué he hecho mal? Entonces, el niño se hará grande y comprenderá que nunca está solo. Porque se tendrá a sí mismo. Y la luna se volverá roja. El sol se volverá negro. Entonces, el niño ya no será niño, ni hombre, si no substancia. Y se fusionará con la naturaleza, donde nacerán hijos predilectos. Pero, como todo esto no existe, porque nadie cree, nunca existió, nunca existirá. Así que, volviendo a la bañera, una persona me ahogará por no sacar la cabeza. Y yo responderé: no, porque aunque me duela, estoy cómodo, y es el camino que he elegido. Y la persona que me está ahogando, me responderá: pero me haces daño a mí, me pierdo al leer tus cosas y no escribiré sobre ello. Y yo le diré, que así sea, pues. ¡Ahógame con fuerza sobre tu pecho! Tú te reirás y me dirás: ¿más? Yo te diré: sí, porque estoy cómodo.
Sigue, que si no pierdo mi inspiración. La perdí ya. Y me dirás, ¡no seas tonto! Y yo diré, al menos moriré tranquilo. Y con una sonrisa en la cara, y con el cuerpo desnudo, me entrego a la luna, con mi sangre bañaré la superficie y tintaré la blanca luna de rojo. Y con mi corazón, escribiré con tinta negra párrafos en el sol, y viviré eternamente, porque la escritora lo ha elegido.